En el bullicioso distrito de Nihonbashi, en el corazón de Tokio durante la época Edo, había un pequeño restaurante de sushi llamado Neko-Zushi. El lugar era modesto, con apenas unas pocas mesas de madera y un mostrador donde el anciano Hiroshi preparaba sushi con manos expertas. Aunque el restaurante no era el más grande ni el más lujoso de la zona, tenía algo que lo hacía especial: un gato blanco y negro de ojos dorados llamado Tama.
Tama no era un gato común. Había llegado al restaurante una fría noche de invierno, temblando y hambriento, y desde entonces se había convertido en la mascota del lugar. Hiroshi y su nieta Aiko lo habían acogido como parte de la familia, y el gato, a cambio, parecía tener un don especial para atraer a los clientes. Cada vez que Tama se sentaba en la entrada del restaurante, mirando con sus ojos penetrantes, el lugar se llenaba de gente.
—Abuelo, ¿crees que Tama es mágico? —preguntó Aiko una tarde, mientras observaba al gato acurrucado en el sol.
Hiroshi sonrió, sus manos ocupadas en dar forma a un trozo de arroz para el sushi. —No sé si es mágico, pero sin duda es especial. Desde que llegó, nuestro negocio ha mejorado mucho.
Aiko asintió, acariciando suavemente la cabeza de Tama. —Es como si supiera exactamente qué hacer para ayudarnos.
Pero no todo era perfecto en el mundo de Neko-Zushi. Una mañana, Hiroshi descubrió que parte del pescado fresco que había comprado en el mercado había desaparecido. Al principio, pensó que había sido un error de su proveedor, pero cuando el robo se repitió varias noches seguidas, su preocupación creció.
—Aiko, ¿has notado algo extraño últimamente? —preguntó Hiroshi una noche, mientras cerraban el restaurante.
La joven frunció el ceño. —No, abuelo. ¿Por qué lo preguntas?
—Alguien está robando nuestro pescado. No sé quién podría ser, pero si esto continúa, no podremos seguir adelante.
Tama, que estaba sentado en una esquina, maulló suavemente, como si entendiera la conversación. Sus ojos dorados brillaban en la penumbra, y Aiko sintió un escalofrío. —¿Crees que Tama sabe algo? —preguntó.
Hiroshi miró al gato con curiosidad. —No lo sé, pero desde luego parece inquieto.
Esa noche, Aiko decidió quedarse despierta para vigilar el restaurante. Se escondió detrás del mostrador, envuelta en una manta, y esperó en silencio. Las horas pasaron lentamente, y justo cuando estaba a punto de rendirse, escuchó un suave maullido. Tama apareció de la nada, moviéndose sigilosamente hacia la puerta trasera. Aiko lo siguió en silencio, y lo que vio la dejó sin aliento.
En la oscuridad, un grupo de gatos callejeros se acercaba al restaurante. Tama, en lugar de ahuyentarlos, se acercó a ellos y comenzó a repartir trozos de pescado que había tomado del almacén. Aiko contuvo un grito. ¿Era posible que Tama estuviera robando el pescado para alimentar a los otros gatos?
—Tama, ¿qué estás haciendo? —susurró, acercándose al gato.
Tama la miró con sus ojos dorados, como si supiera que había sido descubierto. Maulló suavemente, casi con tristeza, y Aiko sintió un nudo en el estómago. —Entiendo que quieras ayudarlos, pero no podemos permitirnos perder más pescado. ¿Qué vamos a hacer?
Al día siguiente, Aiko le contó a su abuelo lo que había visto. Hiroshi se quedó en silencio por un momento, reflexionando. —Es difícil estar enojado con él. Tama tiene un corazón noble, pero no podemos permitir que esto continúe.
Mientras tanto, un misterioso samurái comenzó a frecuentar el restaurante. Vestía una armadura antigua y gastada, y siempre se sentaba en la esquina más oscura, observando a Tama con una mirada intensa. Una noche, después de que los demás clientes se hubieran ido, el samurái se acercó a Hiroshi.
—Ese gato… ¿de dónde vino? —preguntó, su voz grave y llena de autoridad.
Hiroshi se encogió de hombros. —Lo encontramos una noche de invierno, temblando y hambriento. Desde entonces, ha estado con nosotros.
El samurái asintió lentamente. —Deben tener cuidado. Ese gato no es lo que parece.
Aiko, que había estado escuchando la conversación, se acercó con curiosidad. —¿Qué quiere decir? ¿Qué sabe usted de Tama?
El samurái la miró con ojos serios. —Hace muchos años, un poderoso señor feudal maldijo a un gato blanco y negro, creyendo que era un espíritu maligno que había causado la muerte de su hijo. El gato fue condenado a vagar por la tierra, atrayendo desgracias a quienes lo acogían.
Aiko sintió un escalofrío. —Eso es solo una leyenda. Tama no es una maldición; él nos ha traído felicidad.
El samurái no respondió, pero su mirada era inquietante. Esa noche, Aiko soñó con Tama convertido en un espíritu, sus ojos dorados brillando en la oscuridad.
Los días siguientes estuvieron llenos de tensiones. El pescado seguía desapareciendo, y los clientes comenzaron a murmurar que Tama les daba mala suerte. Un incendio en el mercado de pescado destruyó parte de los suministros, y Hiroshi se vio obligado a subir los precios. Aiko intentó mantener la calma, pero la presión era cada vez mayor.
—Abuelo, ¿qué vamos a hacer? —preguntó una noche, mientras limpiaban el restaurante.
Hiroshi suspiró, su rostro cansado. —No lo sé, Aiko. Tal vez el samurái tenga razón. Tal vez Tama sea una maldición.
Aiko negó con vehemencia. —No digas eso. Tama nos ha ayudado tanto. No podemos abandonarlo ahora.
Pero las cosas empeoraron. Una noche, el samurái regresó al restaurante con una propuesta inquietante. —Si quieren salvar su negocio, deben deshacerse del gato. Es la única manera.
Hiroshi miró a Aiko, su rostro lleno de conflicto. —¿Qué debemos hacer, Aiko?
La joven luchó contra las lágrimas. —No podemos hacerle eso a Tama. Él es parte de nuestra familia.
Sin embargo, esa misma noche, Tama desapareció. Aiko lo buscó por todas partes, llamándolo en voz baja, pero el gato no regresó. Los días pasaron, y el restaurante comenzó a prosperar de nuevo. El pescado dejó de desaparecer, y los clientes regresaron. Pero Aiko estaba destrozada. Cada noche, se sentaba en la entrada del restaurante, esperando ver a Tama aparecer entre las sombras.
Un año después, durante el festival de Obon, cuando se cree que los espíritus de los difuntos regresan al mundo de los vivos, Aiko vio algo que la dejó sin aliento: Tama estaba sentado en la entrada del restaurante, tan majestuoso como siempre. Pero algo era diferente. Sus ojos dorados brillaban con una luz sobrenatural, y su pelaje parecía irradiar una suave luminiscencia.
—Tama… —susurró Aiko, acercándose lentamente.
El gato la miró con una expresión que parecía decir: «Estoy aquí para protegerlos». Esa noche, el restaurante se llenó de clientes como nunca antes. Todos comentaban lo especial que se sentía el lugar, como si estuvieran protegidos por una presencia divina.
Hiroshi se acercó a Aiko, su rostro lleno de asombro. —¿Crees que es realmente él?
Aiko asintió, una sonrisa iluminando su rostro. —Sí, abuelo. Tama siempre ha sido parte de nosotros. Y siempre lo será.
Y así, en el pequeño restaurante de sushi Neko-Zushi, el espíritu de Tama continuó atrayendo a clientes y protegiendo a quienes lo amaban, convirtiéndose en un símbolo de esperanza y misterio en la época Edo.
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